lunes, mayo 25

"GRAN TORINO"... la confirmación de un giro a la esperanza


No solamente Clint Eastwood es su maestro por la bella factura de sus películas y por la calidad humana de sus historias, sino también por la sinceridad que inspira a sus personajes. Sin embargo, al contemplar su cine profundo y verdadero nos veíamos frecuentemente abocados a una cierta melancolía.Desde Bird (1988) o Los puentes de Madison (1995) hasta las más recientes Mystic River (2003) o el díptico Banderas de nuestros padres y Cartas de Iwo Jima (2007) parece expresar en lo más auténtico del drama humano una cierta inclinación hacia la fatalidad. Algunos han valorado como autenticidad su pesimismo y están preocupados por el giro de sus dos últimas películas: El incidente (2008) y el Gran Torino, que ahora se estrena. Sin embargo, esta nueva vuelta de tuerca de la mirada cinematográfica de este gran director, pensamos que es más una profundización que una traición a su trayectoria, a la vez que un cuestionamiento a los que piensan que la nostalgia no puede estar preñada de esperanza.Sin perdón (1992) es probablemente el icono narrativo más claro de esta bondad imposible. William Munny representa el deseo de redención de todo ser humano, la búsqueda de la paz en el bien, y sin embargo, será el cementerio junto a su esposa muerta donde el crepúsculo muestre hasta que punto este deseo humano está marcado por la imposibilidad de realización. Así Clint Eastwood nos adentra en noches sinceras de amores imposibles, de paternidades no consumadas, de nostalgias éticas insatisfechas.Sin embargo, El intercambio ha sido una aviso. A pesar del cierto simplismo de su guión, aunque la dureza de la situación no ahorra ningún sufrimiento a Christine Collins, la madre coraje que busca incansable a su hijo secuestrado, la intención última se destila como un canto a la esperanza. Algunos decían que las ambigüedades eran suficientes como para cuestionar este cierto amanecer luminoso en la mirada del director convertido ya en un clásico.Pero aquí llega Gran Torino, un film más al estilo de la casa, donde Eastwood asume de nuevo el doblete de dirección y actor principal. Nuevamente una historia de una paternidad adoptiva, como el Frankie de Millon Dollar Baby (2004). Una paternidad rehusada, impuesta casi por el destino y llamada a una consumación generosa.También aquí el personaje de Walt Kowalski es un hombre herido, esencialmente por la violencia de la guerra, pero amasada en una soledad que en el fondo es un grito y un intento de no dañar a los otros. En el fuera de campo una esposa, recuerden nuevamente Sin perdón, muerta pero que será la garantía oculta de la conversión. Será ella la que encomiende esta misión al joven sacerdote, marcado tanto por su ingenuidad como por su persistencia.Toda la narración es un intento de mostrar el alma del solitario Walt que tras los insultos, la inclinación a las armas o la distancia de su familia esconde algo más. Un hombre que camina con tal rigidez que parece tener columnas por piernas y que no se dobla ni por la enfermedad ni por el abandono. Sin embargo, en el fondo, más allá de lo soez y racista, late el corazón sencillo de la bondad. La película nos va sorprendiendo en la medida en que nos enseña como los otros, los aparentes enemigos, pueden ayudar a hacer emerger lo que parecía imposible.Sue Lor (Ahney Her)y Thao Vang Lor (Bee Vang) dos jóvenes hermanos chinos vecinos del protagonista serán los hijos adoptivos que ingenuamente ayudarán a este padre imposible a reconvertir su tozudez ancestral en tierna generosidad. Y todo ello como una llamada a asumir que lo distinto, lleno de amenazas y malformaciones que también muestra la película, se puede convertir en la tierra de un nuevo encuentro con nuevas formas de vida social y comunitaria.El escenario de la iglesia y el sacerdote contrasta claramente con Millon Dollar Baby, allí lo acertado del consejo, "apártate y deja a Dios ser Dios" va acompañado de la incomprensión de itinerario personal del bueno y tortura de Frankie. Sin embargo, aquí el personaje del padre Janovich (Christopher Carley) es muy sugerente. Se trata de un hombre de fe, virginal y cándida como se encargará de recordarle Walt, probablemente inmadura respecto de las cosas de la vida y la muerte. Sin embargo, su fe es su persistencia, el deseo de cumplir su misión, de estar ahí en el momento propicio. De acompañar ayudando aunque sea inútilmente. Un bello dibujo del lugar de la iglesia.Y además la cuestión de Dios. El drama sincero, la humanidad expuesta al mal siempre ha hecho que Clint Eastwood filmara el cielo con los colores del atardecer propio del western, una nostalgia de Dios no solo cósmica sino profundamente humana, instalada en el alma como un brote plantado, pero invisible. Creemos que este brote está emergiendo en el fondo de la tragedia. Incluso con un carácter rigurosamente crístico, extrañamente cristológico, porque Gran Torino es una historia de redención y sacrificio. Esta es la gran novedad indicada en El intercambio. Tanto la aparentemente ingenua Christine como el viejo Walt son dos modelos a los que mirar. Como si ellos pudieran decir algo de Dios.No hemos de precipitar nuestro juicio en estos tiempos donde el drama sincero parece llenar de oscuridades la vida y la pantalla. Siempre el ser humano termina construyendo relatos de esperanza. ¿Acaso ingenuidad? ¿Acaso traición en la hora del crepúsculo cuando se comienza a mirar de cara a la muerte? ¿Acaso esperanza? ¿Acaso Dios? No se trata de una respuesta sino de una pregunta. El cine que plantea estas preguntas se convierte en arte. Y aquí tenemos un elociente ejemplo.
Por Peio Sánchez

viernes, mayo 15

Tengo cobertura luego existo

¿La red me conecta o me atrapa? ¿se decir NO a la tecnología, o ya es tan parte de mí que sin móvil no vivo, sin internet estoy muerto, sin televisión me aburro?. Estas son algunas de las preguntas que nos hemos hecho este fin de semana, gracias a la oportunidad de participar en una charla sobre las nuevas tecnologías.
"tengo cobertura luego existo"..."yo soy yo y mi entorno tecnológico"
¿somos profetas en la sociedad de la información?

¿Somos navegadores de la red, como arañas que caminan por la tela conscientes, sin perder el sentido de la orientación, o mejor somos mosquitos que se han dejado atrapar...y luego comer?
La red puede ser un instrumento de consumo, una manera muy útil y práctica para perder las horas y perder nuestra capacidad de decidir sobre nosostros mismos.
¿Somos capaces de decir NO?
¿De decidir el tiempo que vamos a estar conectado y luego cumplirlo?
Y entonces...¿cómo ser profetas en la era digital?
No hay una respuesta, cada uno de nosotros está llamado a responder, desde su creatividad y sensibilidad...cierto es que utilizar internet sólo como consumidor es diferente que utilizarlo compartiendo y dando también algo de nosotros.
Una de las posibles respuestas que han salido ha sido "ser profeta mostrando la alternativa a la tecnología".

Hoy está de moda el cyberEspacio, quizás a la mucha gente que está horas y horas en este mundo virtual podríamos mostrarles que hay un cyberEspacio interior, una realidad vastísima donde poder encontrarse con uno mismo, en el silencio, en un espacio tan hermoso que hasta Dios desea "entrar en él y morar en él".

viernes, mayo 1

"...y todo por una corona que se marchita"


Esta semana he tenido la oportunidad de conocer a Chus Lago y escuchar en directo el testimonio de su hazaña cruzando 1.200 km de desierto polar.
¿Algunos datos? Reproduzco aquí parte de uno de los muchos artículos que sobre ella se publicaron:
"La alpinista gallega Chus Lago vuelve a la primera línea, con un intento al Polo Sur en solitario y total autonomía (sin avituallamientos aéreos, sin depósitos previamente dejados en la ruta, y sin ayudas externas en el avance, del tipo parapentes o cometas). Chus, una de las mejores alpinistas del mundo, permanece en los últimos años en un discreto segundo plano, debido a que su ejercicio como Concejal de Medio Ambiente de la ciudad de Vigo le impide dedicarse en cuerpo y alma al alpinismo.

Pero finalmente ha conseguido cuadrar calendario este año para poder viajar hasta la Antártida. El 30 de noviembre ya había recorrido 260 km, en 20 días de trabajo, por lo que le quedan algo menos de 1.000 para alcanzar su objetivo. Se encuentra a 82º17.923’S-79º 55.311’W. Carga con una pulka de 120 kilos, lo que sumado a las condiciones meteorológicas, hace que las medias recorridas cada día no sean muy altas. En un territorio llano y blanco, cuando las condiciones meteorológicas son malas, no hay ningún horizonte ni perspectiva, el cielo y la tierra se confunden, así que hay que estar constantemente mirando la brújula y el GPS al no tener referencias visuales. Además, ha tenido que permanecer parada durante unos cuantos días debido a la niebla: “No veo absolutamente nada delante de mí. Si me encuentro una grieta, me traga entera.”

Uno de los mayores desafios que se afrontan en un reto así es la soledad absoluta. Son casi dos meses conviviendo al límite con la nada, en un territorio de horizonte infinito, sin ver a ningún ser vivo. ”Para ahuyentar la soledad, voy cantando viejas canciones. Lo hago a todo pulmón, dejándome la garganta en ello, para poder escuchar aunque sólo sea mi voz. No lo creeréis, pero ¡no consigo oírme!

El motivo es el viento, el blizzard antártico, que no perdona, y que hace que su lucha más constante sea la que libra para evitar que su tienda de campaña vuele. Tiene que montar la tienda a la desesperada, tirándose literalmente encima de ella para impedir que salga por los aires. Una vez dentro, el trabajo no termina: “Ésta tienda no se apoya bien al suelo. Quizás las varillas son demasiado largas. El viento parece querer levantarme en peso.”

Y después, largos días tirando de la pulka, en medio de un horizonte que nunca cambia, excepto para desaparecer y dar paso a la nada, perdida en solitario en la inmensidad antártica"


¿Qué decir? Me vienen a la cabeza las palabras de San Pablo... "los atletas se imponen toda clase de privaciones por una corona que se marchita... cuánto más nosotros... por UNA CORONA QUE NO SE MARCHITA!" ¿Cuánto más no vamos a hacer nosotros por alcanzar a Cristo, corona de todas nuestras búsquedas? ¡Concédenos, Señor, esa locura tan propia de los santos!