domingo, abril 10

No hace falta una casa para quererte...

...iba repitiendo una y otra vez Jonathan, uno de los chicos de la casa-familiar Manolo Torres que conocimos hoy. La casa Manolo Torres es una residencia para adultos con discapacidades profundas y niños con discapacidades leves y trastornos de conducta. Allí estuvimos hoy, una tarde de domingo diferente...Dejamos en nuestra “Resi” los apuntes y el portátil, algún trabajo pendiente, y un par de aquellos “problemillas” nuestros de cada día y nos llevamos la guitarra, la pelota, unos juegos...¿Qué vamos a hacer con ellos?¿Podrán jugar?¿Se sabrán estas canciones?¿Les gustarán?
En la casa Manolo Torres viven unos 25 enfermos. Más de la mitad de ellos no hablan. La mayoría tiene graves problemas motores.
Empezamos a cantar y seguimos cantando toda la tarde. La música, al principio, hizo de puente entre nuestro mundo de preguntas y su mundo de expectativas. Luego se convirtió en el escenario de una tarde en la que todos acabamos aprendiendo algo, ellos canciones y nosotras a cantar. A cantar, aunque te mueras de vergüenza, a cantar aunque tengas que volver a repetir el mismo repertorio una y otra vez, a cantar, incluso cuando crees que tienes la garganta seca y ya no puedes más. Es decir, aprendimos que hay barreras (las que nos imponemos a nosotros mismos y que nos limitan en nuestra relación con los demás y con el mundo, como la vergüenza, los miedos, el cansancio, los egoísmos fáciles…) que se disuelven cuando empiezas a pensar un poco menos en “ti” y un poco más en los otros.
Me pregunto si mañana, cuando Sergio, Josué, José o Leyre se levanten, se acordarán de nosotras. Probablemente no. Sin embargo estoy segura de que nosotras difícilmente olvidaremos sus rostros. Es que en estos sitios y con estas personas siempre acontece lo inesperado: tú vas para hacer el bien y el bien te lo hacen ellos a ti.

sábado, abril 2

¿Por qué...vienen?

Hoy ha sido un día muy completo, día en el que no han hecho falta las palabras para comunicarnos. Nos hemos encontrado con manos que hablaban, miradas expectantes y sonrisas que agradecían. ¿Para qué pedir más?

Ha sido una experiencia muy bonita, en la que cada una, desde sus posibilidades, ha sabido hacer felices a personas que a pesar de no conocerlas de nada nos han hecho que nos entregásemos al 100%, hemos sido sus manos, sus piernas, las hemos escuchado, compartido con ellos sonrisas, conversaciones por los pasillos, en las salas…

Me quedo con una pregunta que me hizo Don Manuel: “¿ustedes viene porque tienen a algún familiar aquí, no? Pregunta que nos puede hacer reflexionar sobre muchas cosas. ¿Lo hacemos por obligación? ¿Por sentirnos mejor nosotras? ¿Por sentirnos mejor y por hacer sentir mejor a los demás? Cada una tendrá su respuesta pero espero que sigamos adelante con estos proyectos.

Gracias a cada una de las que formamos equipo ese día porque juntas hemos podido hacer felices, solamente por dos horas, a personas a las que poca gente les dedica ese tiempo. (Sara, GUFS Residencia Nazaret)