...iba repitiendo una y otra vez Jonathan, uno de los chicos de la casa-familiar Manolo Torres que conocimos hoy. La casa Manolo Torres es una residencia para adultos con discapacidades profundas y niños con discapacidades leves y trastornos de conducta. Allí estuvimos hoy, una tarde de domingo diferente...Dejamos en nuestra “Resi” los apuntes y el portátil, algún trabajo pendiente, y un par de aquellos “problemillas” nuestros de cada día y nos llevamos la guitarra, la pelota, unos juegos...¿Qué vamos a hacer con ellos?¿Podrán jugar?¿Se sabrán estas canciones?¿Les gustarán?
En la casa Manolo Torres viven unos 25 enfermos. Más de la mitad de ellos no hablan. La mayoría tiene graves problemas motores.
Empezamos a cantar y seguimos cantando toda la tarde. La música, al principio, hizo de puente entre nuestro mundo de preguntas y su mundo de expectativas. Luego se convirtió en el escenario de una tarde en la que todos acabamos aprendiendo algo, ellos canciones y nosotras a cantar. A cantar, aunque te mueras de vergüenza, a cantar aunque tengas que volver a repetir el mismo repertorio una y otra vez, a cantar, incluso cuando crees que tienes la garganta seca y ya no puedes más. Es decir, aprendimos que hay barreras (las que nos imponemos a nosotros mismos y que nos limitan en nuestra relación con los demás y con el mundo, como la vergüenza, los miedos, el cansancio, los egoísmos fáciles…) que se disuelven cuando empiezas a pensar un poco menos en “ti” y un poco más en los otros.
Me pregunto si mañana, cuando Sergio, Josué, José o Leyre se levanten, se acordarán de nosotras. Probablemente no. Sin embargo estoy segura de que nosotras difícilmente olvidaremos sus rostros. Es que en estos sitios y con estas personas siempre acontece lo inesperado: tú vas para hacer el bien y el bien te lo hacen ellos a ti.
Empezamos a cantar y seguimos cantando toda la tarde. La música, al principio, hizo de puente entre nuestro mundo de preguntas y su mundo de expectativas. Luego se convirtió en el escenario de una tarde en la que todos acabamos aprendiendo algo, ellos canciones y nosotras a cantar. A cantar, aunque te mueras de vergüenza, a cantar aunque tengas que volver a repetir el mismo repertorio una y otra vez, a cantar, incluso cuando crees que tienes la garganta seca y ya no puedes más. Es decir, aprendimos que hay barreras (las que nos imponemos a nosotros mismos y que nos limitan en nuestra relación con los demás y con el mundo, como la vergüenza, los miedos, el cansancio, los egoísmos fáciles…) que se disuelven cuando empiezas a pensar un poco menos en “ti” y un poco más en los otros.
Me pregunto si mañana, cuando Sergio, Josué, José o Leyre se levanten, se acordarán de nosotras. Probablemente no. Sin embargo estoy segura de que nosotras difícilmente olvidaremos sus rostros. Es que en estos sitios y con estas personas siempre acontece lo inesperado: tú vas para hacer el bien y el bien te lo hacen ellos a ti.
2 comentarios:
Claro que son rostros inolvidables los que habéis visto este domingo! En ellos brilla el Rostro de Dios.
Fue un día muy completo, lleno de sentimientos, de miradas, de conversaciones repetidas pero que se hacían únicas, preguntas sin respuestas a las que estamos acostumbradas, canciones, juegos, risas...un sin fin de sensaciones muy agradables de experimentar.
Personas que aún necesitando de nosotras, puedo afirmar que en ese ratito fuimos nosotras las que necesitamos de ellos.
¡Sigamos dando todo lo que tenemos de nosotras mismas que, aunque no lo sepamos, seguro que es mucho!
Publicar un comentario